martes, 6 de octubre de 2009

DIARIO DE UN PSEUDO EN MARRUECOS

CAPÍTULO 6: del Palai Jamais y los 40 ladrones
Si Chaouen era encantador, auténtico e inmensamente pequeño, Fez es turbulencia, tránsito masivo, torbellino de tejidos, olores y sabores. Fez es la ciudad del ‘imposible no perderse’, no comprar, no alucinar con sus tiendas de babuchas tamaño armario… y aquí nadie habla de crisis. Tan pronto como cruzamos la muralla, nos dispersamos del grupo, siendo carne fresca para los cientos de buscavidas que patrullan la medina. De entre ellos, el destino nos deparó a Mohamed, un “guía” de Fez nacido en Melilla que chapurreaba tan mal el español como yo el francés. Con él pasamos las 4 horas restantes, siéndonos de mucha ayuda, a pesar de los curiosísimos peligros a los que nos expuso en su particular ruta de shopping. Desde callejones oscuros infestados de geishas magrebís hasta burros turbodiésel cargados con casas enteras pasando a milímetros de nuestro gesto perplejo, miles de detalles que demuestran lo que esto dista de un primer mundo que empieza a sólo 400 Km rumbo norte. De cualquier modo, y siendo justos, Fez nos supo a poco, quizá por la resaca del encanto sine qua non de Chaouen. Tras volver al autobús a las 17.00 de nuevo en Palai Jamais, hacemos recuento de la situación económica mundial: 430 dirkham para comer 6 días más, lo que significa 18 comidas a menos de 2’35€ cada una. Esperemos que sea posible, o llegaremos el domingo a casa con algo de hambre…

CAPÍTULO 7: de cada contraste tras el cristal
Abandonamos la ciudad muy lentamente por culpa del férreo cordón policial que aguarda tenso la llegada del Rey Mohammed VI, cuya fotografía cuelga por decreto de cada uno de los comercios y bares marroquíes. Entre tanta espera, se nos echa la noche encima, y el cansancio no perdona. Un par de cabezadas después, trato de despabilar mis pupilas para tratar de comprender qué clase de loco ha construido un barrio de mansiones con tejados alpinos en medio de Marruecos: “C’est la Petit Suisse (la Pequeña Suiza) –nos aclara un murmullo-, un barrio de postín enclavado en el camino que comunica Fez y Midelt”. La explicación a sus tejados es que, al parecer, el invierno en la Petit Suisse te hace sentir como si estuvieras en la comunión de Tólstoi al aire libre. Tras echar unas manos de poker con unos pingüinos del lugar, por fin repartieron las habitaciones, y como ya empezaba a ser tradición, Manu y yo, el dúo de los accesorios, como algunos nos llamaban, fuimos divididos en habitaciones distintas. Yo compartí la habitación 48 con Frigo y Andrea, dos curiosos italianos que estaban de Erasmus en España. Fueron simpáticos y abiertos conmigo, a pesar de que en todo momento tenía presente que mi presencia allí no hacía sino joder sus planes para con sus bellas “amichi” con las que habían venido al viaje. En cualquier caso, no llevábamos más comida en las tripas que el pan con carne, alubias y arroz con tomate que tomamos al mediodía en aquel micro-restaurante de Fez y, por supuesto, ya no eran horas de salir a la calle. Nos tocó pagar el alegre precio occidental del Norte del país, para el cual las brochetas con arroz eran bastante escasas. Nuestros dirkham menguan a marchas forzadas, eso sí, inversamente proporcionales a nuestro asombro y deleite, que aumenta exponencialmente cada vez que bajamos las escaleras del autobús. Tras las ‘brochette’, una estupendosa ducha de agua fría, y Manu tirándose de los pelos…

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