miércoles, 3 de junio de 2009

DIARIO DE UN PSEUDO EN MARRUECOS

CAPÍTULO 4: DE CÓMO ENSOMBRECIÓ LA GRAN COLINA
Tras llenar el buche y comprar algunos souvenirs, vuelta al hotel, sobre el cual nos esperaba la terracita más maravillosa de África. Desde sus rejas de forja y sus tapias azuladas puede verse, en aforo reducido, toda la gran colina que sostiene la ciudad. Me conformo con ver apenas 2 o 3 atardeceres como aquel en toda mi vida, alejado del tumulto del Mercado, del humo de Madrid. Todo se ralentiza, todo pierde importancia tras probar el Tajín, el pastel de hojaldre y miel o el chocolate marroquí. En lo alto de Abi Khancha, solos y a la vez acompañados, suenan las palmas al compás de las guitarras de aquellos repentinos amigos. Entonan seguidillas y alegrías brotan de aquellas cuerdas que pintan flores en el magenta horizonte magrebí. "Hazte otro y doblamos" sonó puntual al sonido de las campanadas que daban las 11. La austeridad de la habitación se hacía, a cada inhalar, un poco más llevadera, incluso resuelta a complacer a sus huéspedes, hasta que mis párpados cedieron a la realidad de un nuevo día y mi mente forjó veintiún sueños bajo la dictadura del Horror Vacui.


CAPÍTULO 5: DEL ROCÍO MAROCAISE Y POSTERIORES ANÉCDOTAS
A modo de diario, me confieso desconcertado, hebrio de libertad, embelesado por este atómico choque cultural. Por si no fuese suficiente mi incredulidad, el guapazo de turno, el típico latin-lover, el mítico papa-chongo que no puede faltar en todo viaje organizado que se precie, me ha confesado secretamente que está escribiendo algo parecido a esto. Literalmente:
  • -S: ¿...un libro de viajes?
  • -G: Algo así... Estoy escribiendo sto para un diario en el que llevo trabajando ya 15 años.
  • -S: Ah, que debuti. ¿Y lo vas a publicar en algún sitio?
  • -G: Qué va. Es para enseñárselo a mis nietos, para que vean cómo se las gastaba el abuelo...
...y es que qué grande es el guapazo, pensando ya hasta en sus nietecillos. Hoy hemos amanecido temprano, hambrientos y con el tiempo justísimo para pillar los petates y bajar las empinadas escaleras de la pensión, todo un reto cuando llevas más ojeras que Horacio de la Familia Adams. Ahora Fez ocupa nuestras mentes, la ciudad con la Medina más grande del Mundo árabe. Distribuída en barrios gremiales (cuero, forja, telares, alfarería, madera, doradores), constituye, para que sea más sencillo situarse, lo más parecido al plató de Aladín que haya visto en toda mi vida. Hemos llegado y, postrados ante la Puerta de Palai Jamais, una de las 7 que oxigenan la Medina, el Sr.Manué y un servidor se encomiendan al buen Alá para que nos guarde en aquella vorágine de algaravía y encantador consumismo. Nos acercamos al gran portón. Allá vamos...

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