sábado, 18 de abril de 2009

DIARIO DE UN PSEUDO EN MARRUECOS

CAPÍTULO 2: De cómo nos bañamos en libertad
Tras casi dos horas de cola en el Ferry con el fin de sellar, por fin, el maldito pasaporte y así poder neutralizar con mis gafas Wayfarer prestadas en envolvente sol africano, una conclusión aterriza repentinamente en nuestra mochila de moralejas: la burocracia “marocaise” no es parsimoniosa, sino más bien… ¡lo siguiente! A las 12.36 del mediodía (14.36 hora española) mis vans de cuadritos por fin prueban el encanto del polvoriento cosmopolismo tangerino. Por su parte, los organizadores, decididos a integrarnos desde el minuto 1 en la anárquica y pasiva cultura autóctona del “búscate la vida”, nos han dejado campar al libre alvedrío por el puerto de Tánger, a ver si en una de éstas nos topamos por sorpresa con nuestro querido autocar verdiañil, para así continuar con el viaje. No estaría del todo mal encontrarlo, más que nada por el hecho de no desgarrarnos del grupo ya el primer día… Y así, tras diez minutos atiborrados de un sentir de absoluta libertad ciertamente agobiante, avistamos a nuestro grandote amigo, el S1. De este modo, la compañía de “Al filo de lo Infumable” leva anclas, allá por la hora de la siesta en España, rumbo a la bella ciudad de ChefChaouen, o Chaouen para la gente de España a la que sólo Víctor y Bea sabrían contar el porqué de ese “Chef” tan misterioso. Tengo la sensación que no hay un solo momento desde que llegamos que no haya alguien en el bus sonriendo. Será que Marruecos no tiene encanto…

CAPÍTULO 3: De cuando llegamos a Chaouen
Simplemente impresionante. Así definiría a esta preciosa ciudad del Norte. Estamos alojados en el hostal Abi Khancha, un pequeño edificio de apenas 4 plantas de antigua construcción levantado junto a una de las estrechas calles de pintorescos puestecillos de artesanía que diseccionan en todas direcciones la ciudad, postrada sobre una gran ladera verde, en cuyo regazo se apila el mar de casas encaladas como manchas de tipp-ex sobre un lienzo verde oliva. A 5 minutos bajando entre falsos guías, buscavidas y vendedores del polen más dorado, se encuentra la plaza de Chaouen, posiblemente uno de los 10 únicos lugares donde la luz del sol incide directamente sobre el pedregoso y rústico pavimento. La plazoleta, llena de puestos y restaurantes, es un foro encantador en el que puedes comprar un paquete de Camel por 320 Dirkham (3.20€) a un bereber secular, eso si logras comprender el indescifrable acento colonial que se escapa entre los agrietados labios del anciano. También puedes hacer otras cosas en la plaza, la mayoría de ellas más benignas con el bolsillo, como por ejemplo pedir un delicioso plato de cous-cous con pollo, cebolla y pasas por 25 Dirkham (2.50€). También hemos probado el Tajín con carne, el zumo de banana y el de aguacate, ambos recién hechos, y de postre, té verde, con suma razón la bebida nacional. Y poco a poco es como Don Seral y un servidor nos vamos iniciando en el glorioso arte del regateo, unas veces con más éxito (careta de baobab 100/350, juego de té 300/580) y otras con menos. Sigo sin creer dónde estoy…

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